¿Niñas y niños diferentes desde la cuna?: la perspectiva de género en las escuelas infantiles
Cristina G.G
Feminista, máster de Políticas de Igualdad y Género-Universidad de Valencia
Activista por la incorporación de la Perspectiva de Género en la Educación
Recuerdo cuando mi hija a los cuatro años viendo unos dibujos animados de Superman, me miro y me preguntó: “¿mamá, y dónde está Supermana?” Entonces me vino a la cabeza una de esas imágenes que nos enviamos las madres por whatsapp en el día de la madre, en la que aparece una viñeta de una mujer con una capa haciendo de todo: preparando la comida, planchando, poniendo lavadoras, escribiendo en el ordenador, con un bebé en los brazos, los pelos desaliñados, estresada y con expresión de normalidad. Bien, pues, claro está, que esta idea no la compartí con mi hija, pero sí que da un ejemplo de que las Supermanas que yo conozco no se parecen a los Superhéroes de Marvel.
Hace poco leí un artículo en la revista electrónica Ctxt basado en un estudio realizado en Gran Bretaña sobre adolescentes. En este estudio se afirmaba que las niñas preadolescentes se declaran menos felices que los niños, esta afirmación nos proporciona pistas para deslumbrar que, aun progresando en una igualdad formal, se siguen manteniendo condicionantes de género que refuerzan unas exigencias socioculturales diferenciadas para chicos y chicas. Y, sin embargo, esta noticia sorprende porque en un contexto en el que se habla de educación inclusiva, coeducación, cuando vivimos una supuesta cuarta Ola feminista, seguimos con expectativas, trayectorias, sueños, deseos y posibilidades vitales diferenciadas para niños y niñas, negándoles la posibilidad de desarrollar todo su potencial humano.
Estas reflexiones que muchas educadoras y educadores, padres, madres, maestros y maestras se hacen cada día, son interrogantes que se mantienen y que requieren de una respuesta clara que nos ayude a confrontar las desigualdades que siguen perpetuándose en todos los ámbitos de la vida social. Pero si hay un ámbito en el que se debe intervenir con prioridad y urgencia es en el de la socialización, y aquí familia y escuela siguen jugando un papel fundamental.
La igualdad entre mujeres y hombres en el ámbito educativo es hoy en día una cuestión legal promovida por la sensibilización general y la lucha contra la desigualdad. La respuesta legal se ha dado en todos los niveles, desde el nivel internacional a través de las Naciones Unidas hasta las legislaciones autonómicas y en ellas se han promovido actuaciones de todo tipo para erradicar la desigualdad de género en todos los ámbitos de la vida social. De este modo, durante las últimas décadas se ha avanzado mucho sobre el tema de la igualdad de género en el ámbito educativo formal, sin embargo, esto ha ocurrido sólo en ámbitos concretos. Todavía culturalmente el modelo educativo ha variado poco, los recursos didácticos siguen siendo androcéntricos, al igual que el currículo y las prácticas docentes. Son muchos los elementos que transmiten desigualdad de género: el lenguaje, los espacios, recursos y materiales didácticos, la organización escolar, etc. (García y Gutiérrez, 2010; Blanco, 2004) Más bien lo que ha ocurrido es que las mujeres y niñas se han ido incorporando plenamente al modelo educativo masculino, pero sin que este haya transformado su estructura androcéntrica como resultado de esta inclusión (Subirats, 2007). En la línea de seguir visibilizando cómo se siguen perpetuando las desigualdades entre niñas y niños, mujeres y hombres, me gustaría introducir el estudio que realicé sobre recursos didácticos utilizados en la formación profesional de futuras educadoras infantiles, cuyo objetivo era el de analizar desde la perspectiva de género la presencia (o la ausencia) de mujeres y hombres en los diferentes recursos didácticos e identificar y conocer en qué medida aparecen rasgos androcéntricos y/o sexistas en determinadas dimensiones de los contenidos, imágenes y el lenguaje utilizado.
Una de las estrategias con mayor calado y tradición feminista ha sido la visualización; es decir, desarrollar la capacidad para ver, reconocer la desigualdad y discriminación de género en diferentes ámbitos y situaciones. Con frecuencia se ha utilizado el término “ceguera de género” para definir la incapacidad para percibir la desigualdad y las prácticas de discriminación. En el siglo XVIII Mary Wollstonecraft afirmaba en su obra Vindicación de los Derechos de la Mujer (1791): … se preocupan más de la educación de las mujeres de lo que lo hacían en el pasado, no obstante, siguen considerándonos como frívolas, y los escritores que intentan mejorar (esa educación) mediante la sátira o la instrucción siguen tratándonos con desprecio o piedad. Se reconoce que las mujeres pasan muchos años de su infancia adquiriendo un barniz de cualidades y, al mismo tiempo, sacrifican su fuerza física e intelectual en aras de una concepción inmoral de la belleza y de un buen matrimonio, el único medio que tienen las mujeres para elevarse en el mundo.
Desde entonces el feminismo no ha dejado de insistir en la necesidad de establecer un proyecto educativo que posibilite una mejor forma de realización humana de las mujeres. Una de las aportaciones más importantes de la reflexión teórica feminista ha sido la categoría de género, que ayuda a comprender las relaciones sociales entre hombres y mujeres y la manera en que la condición de unos y otras se construye por dichas relaciones en un contexto más amplio denominado sistema sexo-género (Scott, 1990).
La antropóloga feminista mexicana Marcela Lagarde (1998) en su obra Género y Feminismo explica que la perspectiva de género está basada en la Teoría de Género y se inscribe en el paradigma teórico histórico-crítico y paradigma cultural del Feminismo. Por tanto, el análisis de género es la síntesis entre la teoría de género y la perspectiva de género derivada de la concepción feminista del mundo y de la vida, es detractor del orden patriarcal y sus aportes en el mundo contemporáneo son incontables: la creación de conocimientos nuevos sobre viejos temas, circunstancias y problemas, así́ como la creación de argumentos e ideas demostrativos, recursos de explicación y desde luego, la legitimidad de las particulares excepciones de millones de mujeres movilizadas en el mundo con el objetivo de enfrentar ese orden. La perspectiva de género, por tanto, analiza las posibilidades vitales de las mujeres y los hombres, el sentido de sus vidas y oportunidades, las complejas relaciones sociales que se dan entre ambos géneros, así como los conflictos institucionales y cotidianos que deben enfrentar.
Durante la primera década del siglo XXI los estudios sobre la igualdad de género en el ámbito educativo no sólo se realizan con el fin de analizar los diversos recursos didácticos, podríamos citar aquí los trabajos de una de las investigadoras más relevantes en nuestro país, Nieves Blanco, sino también los creados para la intervención en el aula con recursos que promuevan la coeducación (Hidalgo y Caba, 2002; Subirats, 2007; Quirós y García, 2009; López, 2009) y para la formación y el asesoramiento de los profesionales de la educación (Benalcázar, 2011). No obstante, hay investigaciones en las que se puede comprobar que los roles masculinos y femeninos han ido cambiando a lo largo del tiempo y que la manifestación del androcentrismo cada vez se hace más sutil. La mayoría de estos estudios se han centrado sobre todo en las etapas de Educación Primaria y Secundaria, con menor atención a la Educación Secundaria en Formación Profesional y la Educación infantil.
Y, mientras tanto, los recursos didácticos se convierten en herramientas fundamentales para el aprendizaje del alumnado, por lo que su análisis es imprescindible. Como nos dice Torres Santomé: “Es necesario poner mucha atención a las políticas de recursos didácticos, para que no funcionen cual Caballos de Troya, cuyos contenidos ni docentes, ni estudiantes, ni sus familias aceptarían si fuesen conscientes de las manipulaciones y sesgos que esconden en su interior”.
Es decir, se deben analizar los recursos didácticos utilizados en el ámbito educativo y todo lo relacionado con ellos, con el fin de identificar los sesgos que llevan a ver y asimilar al género masculino como protagonista del mundo social y a las mujeres como dependientes de los hombres.
El lenguaje, imagen y contenidos en los recursos didácticos desde la Perspectiva de Género, son cuestiones que en la Educación infantil deben cuidarse al detalle, son en estos años en los que niños y niñas podrán desarrollar su potencial, independientemente de su género y de los mandatos sociales que les obliga a comportarse, a mirar, a sentir, hablar, jugar de una determinada manera de acuerdo a sus cuerpos sexuados.
Meana (2004) señala que los efectos que producen en la lengua el sexismo y el androcentrismo se podrían agrupar en dos fenómenos. Por un lado, el silencio sobre la existencia de las mujeres, la invisibilidad, el ocultamiento, la exclusión. Por otro, la expresión del desprecio, de la consideración de las mujeres como subalternas, como sujetos de segunda categoría, como subordinadas o dependientes de los hombres.
Lejos de ser una herramienta neutra, el uso del lenguaje refleja el orden simbólico y el sistema sexo-género de la comunidad que lo habla (Foucault, 1992). Sus usos desvelan asimetrías de poder derivadas de la forma tradicional de concebir el mundo desde una óptica eminentemente masculina. La utilización del masculino genérico como forma supuestamente neutra de referirse a ambos sexos, el uso del término masculino como elemento antecedente en los pares de palabras (por ejemplo, cuando escribimos “los niños y las niñas”), los diferentes significados que adquieren ciertos vocablos en función de si se refieren a un hombre o una mujer, las formas de tratamiento, etc. son algunos de los mecanismos a través de los que el lenguaje continúa transmitiendo desigualdades.
Las imágenes que se utilizan en el contexto educativo como vehículos de un importante número de mensajes que continúan perpetuando y transmitiendo desigualdades entre ambos sexos. Las imágenes no son un mero recurso estético. Por el contrario, cumplen una función didáctica que complementa y facilita la comprensión de los conceptos o tareas que se proponen, y que han de servir de apoyo a los mensajes presentes en los textos; y en algunos niveles de enseñanza, como la Educación infantil, son la fuente de información prioritaria. Por el tipo de lenguaje que manejan (icónico) son especialmente importantes para vehicular mensajes (con mucha frecuencia cargados de estereotipos) que, al ser recibidos a través de canales perceptivos y sensitivos, suelen escapar a un análisis consciente y explícito. El lenguaje visual es capaz de dar lugar a lecturas e interpretaciones que serían del todo inadmisibles si se presentasen a través del lenguaje textual.
Por último, las temáticas, conceptos y contenidos, como plantea Blanco (2008), que se seleccionan para trabajar en el aula, la información que se ofrece (y la que se oculta), el enfoque con el que se presenta, o las actividades que se proponen constituyen la esencia del trabajo educativo, en tanto que transmisión de cultura. A través de estos elementos se ofrece la información que se pretende dar a conocer cómo es el mundo, cómo ha llegado a ser así́ y qué podemos o debemos hacer para darle continuidad. La cultura hegemónica (de la que forma parte el conocimiento científico) es patriarcal y androcéntrica, y eso se refleja en los recursos didácticos. Si no queremos contribuir a fortalecerla, debemos poder identificar los sesgos sexistas para sacarlos a la luz, someterlos a análisis y «desmontarlos».
Decía Simone de Beauvoir, hace más de medio siglo, que una no nace mujer, sino que aprende a serlo. Es por ello necesario que ese aprendizaje se haga visible, que desafiemos los mandatos de género encubiertos como caballos de Troya y que no dudemos de los potenciales con los que niños y niñas nacen, son tantos y tan diversos que constreñirlos a dos modelos de ser y estar en el mundo supone perder la oportunidad de descubrir Supermanas, Caperucitos Rojos, Flautistas de Hamelín, y un infinito inabarcable maneras de ser, estar y convivir como personas. A veces es tan sencillo como utilizar el genérico femenino, en lugar del genérico masculino, dirigirnos a niños y niñas, con un “Todas, en lugar de Todos”, su reacción, os aseguro, no será la misma que tendríamos las personas adultas.