La magia transgresora, cuidadosa e invisible de la educación
Mª Pilar Domínguez-Castillo
Psicóloga, profesora Univ. de Valencia e investigadora
especialista en salud género y violencia de la Univ. Jaume I
Pensar en la relevancia de la educación nos remite a recuerdos de nuestra infancia, a olores de goma y libros nuevos, a sabores de nocilla y paté, a juegos y recreos, y especialmente, a las primeras amistades e intimidades. Nos lleva a nuestras maestras y profesorado, quieres nos enseñaron a pensar, a leer la realidad y que quizá sin ser del todo conscientes, han sido fundamentales en aquello que nos constituye profunda e inevitablemente, porque sus palabras, lecciones y su forma de ser en clase tejieron aquello que hemos llegado a ser, aquello que seremos.
Somos lo que creíamos que pensaban de cada una de nosotras y de nosotros, somos esperanzas proyectadas de quienes han sido importantes en nuestra vida y las miradas que recibimos de aceptación, de coraje, de valentía.
En nosotras palpitan las concepciones del yo, del mundo y de las relaciones con las demás personas que hemos interiorizado, pues así es como se construye nuestra subjetividad: en las operaciones de hacer propios los ideales, valores, normas y comportamientos que la sociedad y nuestros referentes consideran importantes.
Y poco a poco, de manera silenciosa e invisible, se fue construyendo nuestro mundo, un mundo único para cada persona que puede caracterizarse como lugar de aventuras y retos a alcanzar, o peligros insuperables que paralizan la vida.
Porque somos también las veces que hemos sentido el rechazo, el acompañamiento que tuvimos ante las dificultades y cómo aprendimos a relacionarnos con ellas. Somos los temores que hemos superado y nos constituimos por cómo nos enseñaron a afrontar los que tuvimos, y aquellos que siguen estando presentes en nuestra vida.
Mucha de esta alquimia se da las escuelas y centros educativos, donde aprendemos de quienes, legitimados como referentes del saber, tienen la capacidad de plantar las semillas que posibilitan nuestra dignidad, madurez y el sentir que es posible conseguir aquello que deseamos ser.
Ellas y ellos son cada vez más conscientes de ese toque de magia, y realidad, con el que nos enseñan conocimientos reglados, competencias evaluables y habilidades instrumentales.
De ahí que les sea tan difícil ver como en la infancia, existen ya niños y niñas que se sienten menos por ser diferentes, por no formar parte de una normalidad que no deja de ser producto cultural e histórico, normalidad que a su vez constituye la base de los disciplinamientos que no sólo nos limitan, sino que nos hacen sentirnos sin libertad, sin valía. Por eso se estremecen cuando ven violencias en hogares, cuando se “educa” sin ser conscientes que están influyendo en un período precioso vital donde nuestra infancia construye sus sueños y aquello que creerán merecer. Sin embargo, también saben que no hay que relacionarse con nadie con condescendencia, con caridad, con visión de “qué pena” porque es otro tipo de violencia, aquella que no contempla la dignidad.
Por eso admiramos tanto a quienes, conscientes de las posibilidades de subvertir las perversidades de nuestra sociedad capitalista, educan para que también exista la capacidad de interrogar(nos) sobre los modos “que hemos de ser”, los ideales que se basan en la independencia y un triunfo cuyo valor es el dinero y la creencia que se ha conseguido en solitario. Capitalismo que penaliza las diferencias con perversa extrañeza y los problemas como derrotas.
Necesitamos a profesorado que transgreda el mandato social que esconde y minusvalora los cuidados, porque nuestra sociedad, lamentablemente, interpreta la vulnerabilidad como un “fallo”, “un problema”.
Os necesitamos, profesorado comprometido, para hacer posible una educación incendiaria e imprescindible que nos permita acoger nuestra vulnerabilidad y entender nuestras limitaciones, así como reencontrarnos con nuestro potencial, la capacidad de cuidar(nos), de transformarnos continuamente. Porque ambas vivencias y procesos se vivencian a la vez, no son contradictorios.
Es urgente una educación más allá de las dicotomías que nos impiden entender que nuestras vivencias son complejas y diversas, dicotomías que nos ubican en géneros con características opuestas e inamovibles que constriñen una riqueza del sentir y que nos limitan con patrones de ser hombre o mujer (modos que regulan y boicotean nuestra libertad, nuestras experiencias).
Soñamos con aulas donde el poder que existe implícito en las relaciones educativas, se tiene en cuenta y se convierte en un poder que no somete, sino que se transforma en nuevas relaciones donde cada persona desarrolla su capacidad de poder desde la horizontalidad, desde sus diferentes posiciones
Es así como vamos transformando nuestras escuelas, nuestras relaciones y a nosotros y nosotras mismas hacia escuelas donde el cuidado, la dignidad, la libertad, la vulnerabilidad y la multiplicidad de emociones y sentimientos nos permiten ser aquello que vamos deseando ser.