Un proyecto comunitario: el reto

Amparo Ferrer Chover

Directora CEIP Juan Manuel Montoya de Valencia

htttp://mestreacasa.gva.es/web/ceipjuanmanuelmontoya

Montserrat Ortega Torres

Maestra de Infantil. Miembro de la Asociación Amesti Educació de Valencia

www.amestieducacio.com

 “…no hay práctica docente sin curiosidad, sin incompletud, sin capacidad de intervenir en la realidad, sin capacidad de ser hacedores de la historia siendo, a su vez, hechos por la historia,”

Paulo Freire (El grito Manso)

Introducción

 Actualmente vivimos en un maremágnum de prácticas educativas “innovadoras”. Podríamos decir que es un síntoma generalizado que a veces se vive y otras se sufre, pues en gran medida dependen del lugar desde donde se crean y la finalidad para las que han sido organizadas. Consideramos que la transformación de la escuela ha de gestarse y  parir en las propias escuelas y no en los despachos, que han de ser experiencias que fundamentalmente se encuentren con la dimensión humana de las escuelas y por supuesto visibilizando a las infancias. Por todo ello es importante crear espacios de dialogo, de reflexión que nos pongan en la tesitura de armonizar lo que sentimos, pensamos y hacemos en torno a estas prácticas “innovadoras”.

Muchas son las dificultades y las gratificaciones en el camino. Pararse, repensar, dialogar y reflexionar seguramente nos desmonta todo lo que uno/a siente que controlaba y sabía (es la riqueza del compartir) y aparecen las dudas y los miedos. Pero por propia experiencia podemos decir que es así cuando en lo inesperado pasan cosas y cosas realmente hermosas. Y es, en la gran mayoría de las escuelas, con las dificultades de las ratios, la ínfima dotación de recursos económicos y personales (fundamentalmente en la pública), la inestabilidad de los equipos docentes ( interinidades, comisiones de servicio…), los cambios de leyes educativas, las burocracias que absorben los tiempos más importantes de la vida de la escuela, el abuso de los libros de texto de un negocio editorial y las demandas de un mercado que estandariza a la infancia, es en estos contextos, donde se gestan valiosas innovaciones , ricas experiencias y prácticas que crean escuela como “EL RETO”.

Los inicios del proyecto “El Reto”

Al inicio de cada curso, nuestra reflexión como docentes trata de dar  vida a una escuela de vida. Una escuela donde poco a poco nuestra mirada individualista del aula y del centro se vaya transformando en una  apuesta colectiva para construir juntos una educación de calidad para todos y todas.

Curso a curso vamos escribiendo nuestra historia como escuela y como docentes. Pero no todo es tan sencillo como contarlo. Para esto ha sido necesario que cada docente, poco a poco,  abriera ventanas para descubrir nuevos horizontes, aprendiendo a orientar  sus ojos, sus oídos, sus manos y su corazón  hacia las  nuevas demandas  de nuestro alumnado. Así  que poco a poco, torpemente, pero con gran ilusión un grupo de docentes del CEIP JUAN MANUEL MONTOYA de Valencia,  fuimos aprendiendo a guiar a nuestros niños y niñas hacia el descubrimiento y la adquisición de esas competencias tan necesarias en una sociedad cambiante, exigente, informatizada, tecnificada, diversa, plural, globalizada, individualista, intolerante, fragmentada, y muchas veces  injusta, donde los currículos a menudo son tan descontextualizados  como insuficientes también, nuestras competencias docentes.

En estas reflexiones andábamos, además de poner atención en entender y aplicar lo   establecido en  la Orden ECD/65 2015 del 25 de enero, por la que se describe las relaciones entre las competencias, los contenidos y los criterios de evaluación de nuestro currículo escolar, cuando nos  urgió la necesidad de aplicar métodos didácticos activos, en función de  las metas propuestas, donde la ayuda entre iguales en el trabajo cooperativo o interactivo garantizase el progreso de cada uno y la mejora de toda la escuela.

Sabíamos  lo importante que es para nuestros alumnos saber, querer y poder llevar todo lo aprendido en el aula a la vida  y  sobre todo, que la vida  fuera el motor de los aprendizajes.  También  éramos conscientes de que en la escuela, las competencias clave, se desarrollan  cuando proponemos a nuestro alumnado,  tareas y proyectos que suponen algo significativo y emocionalmente positivo para ellos. Y así fue como comenzamos a diseñar un proyecto  que desplegara y provocara toda la competencia de nuestros alumnos, con la finalidad de conseguir aprendizajes más significativos y de mejor calidad.

Era nuestra prioridad también, mejorar  la convivencia  en el centro, y por este motivo nos pusimos a idear y construir maneras alternativas de organización y gestión de los recursos humanos y materiales  de los que disponíamos ,  para favorecer   la inclusión, la colaboración, el trabajo en equipo, el diálogo y   la cooperación.

Por otra parte,  desde este planteamiento educativo,  queríamos ofrecer una respuesta comunitaria  que favoreciera fundamentalmente la motivación  para ejercer desde  el día a día la ciudadanía, fortaleciendo el sentimiento de pertenencia de todos nosotros al Barrio de Nazaret de Valencia, donde está ubicado el centro. Queríamos traspasar los muros de la escuela, vivir y convivir con la realidad del barrio que es nuestra realidad más próxima, ser motores de transformación para la mejora de nuestro entorno y por ende de nuestra sociedad. Para ello era necesario crear red, abrir nuevas posibilidades y aunar fuerzas en  entre las escuelas del barrio y concretar la participación ciudadana en acciones colectivas.

Todo esto nos ha regalado nuevos lugares y tiempos de encuentros, acuerdos, coordinaciones, organizaciones, para hacer del aprendizaje y de la educación algo comunitario, un espacio colectivo de aprendizaje vinculado a la vida y a la participación y visibilidad de las infancias.

En esta línea de trabajo, gran parte del claustro, estaba convencido de que el aprendizaje basado en esta mirada, implica a muchos protagonistas; familias, asociaciones, profesorado, organizaciones, alumnos… y ello requiere mucho compromiso, convicción, espíritu crítico y paso acompasado. No es fácil, sobre todo con el continuo cambio de profesorado que vivimos cada curso, y es importante saber que es un proceso largo, lento y con bajones frente a una fotografía final de los gratificantes resultados de cada curso.

Queríamos, sobre todo, que la diversidad y la heterogeneidad de las  aulas de un  CAES (Centro de Acción Educativa Singular) como el nuestro,  donde lo común y cotidiano es la pluralidad y las diferencias de etnia, edad, clase social, sexo, nacionalidades, lenguas,  ritmos y estilos de aprendizaje, fuesen no solo el reflejo de nuestro entorno social, sino la condición necesaria para un aprendizaje rico en intercambios y por lo tanto rico en oportunidades de crecimiento individual y colectivo.  Cabría hablar largo y tendido sobre lo que consideramos una educación inclusiva pero no es la pretensión de este artículo.

Necesitábamos hacer algo para mejorar nuestra escuela implicando nuestro entorno y dando voz y visibilidad al alumnado. Eso supuso una revisión de nuestras prácticas, de nuestras metodologías, de nuestros medios, de nuestra relación con el alumnado, etc.  Así nació entre grandes dificultades nuestro proyecto “El Reto Montoyero”.

¡Manos a la obra! El Reto Montoyero

En el curso 2014-2015 nos propusimos empezar a trabajar de esta manera, al menos de forma periódica, planificada y contextualizada, y así fue cómo surgió nuestro “RETO MONTOYERO”.

El RETO MONTOYERO consistía básicamente en la resolución de un problema o enigma, de manera original, creativa e innovadora, que partía o desarrollaba varios elementos curriculares, mediante la cooperación de un grupo de alumnos y alumnas heterogéneo y diverso.

Esta experiencia implicaba a todo el centro (docentes y alumnado) y posteriormente a nuestro entorno (escuelas del barrio, asociaciones, trabajadores sociales, educadores de calle, voluntariado, artistas…) y nos empujaba a todos a romper los miedos, salir de la zona de confort y trabajar codo con codo para  ir descubriendo  juntos  la manera de sentir, pensar y construir una escuela de vida y para la vida, creando una armonía que transformara las vidas de nuestro alumnado, el  barrio y la sociedad.

Una tarde al mes o cada dos meses, la estructura tradicional de tutor y clase, se rompía y diluía,   transformando las aulas en grupos o equipos  de niños y niñas de diferentes edades ( grupos de 13 ó 14 niños y niñas de 3 a 12 años) que con mucha algarabía, ilusión, risas, miedos, timideces y nervios por conseguir resolver “el RETO”, aprendían, mejor dicho; aprendíamos”, a formular  hipótesis, buscar en diferentes fuentes, curar la información, intercambiar opiniones, estructurar un plan o itinerario de trabajo, llegar a consensos, expresar las ideas y los sentimientos  en diferentes lenguas y lenguajes, encontrar soluciones  y llegar a conclusiones y reflexiones sobre el proceso y los resultados de nuestras  creaciones,  a través del diálogo, la ayuda entre iguales  y  la  colaboración. ¡Casi nada!

En cada Reto, además del resultado o producto final, donde descubríamos nuevas potencialidades, capacidades y dones escondidos tanto del alumnado como de los docentes, lo más importante era el proceso colectivo de aprender a aprender. Los maestros,  poco a poco, dejábamos de ser transmisores de contenidos e información,  para pasar a acompañar, a todo el alumnado del   grupo, en  el proceso cognitivo de ser conscientes de que aprendemos, cómo aprendemos, cómo se usa lo que aprendemos, y en definitiva el  por qué y el para qué  de ese  aprendizaje que se vincula a una experiencia real, de participación social y de transformación colectiva.

Esta nueva forma de trabajar  supuso  cambios en la organización  espacial y sus usos (no solo el aula, también los pasillos, el patio, el huerto…) y curricular de nuestro centro, que sacudían nuestra inseguridad y nos hacían cuestionarnos planteamientos habituales del rol del docente.

Fue  necesario superar las “barreras” entre asignaturas y áreas de conocimiento, fomentar el trabajo colaborativo del profesorado, conseguir la participación de las familias y el voluntariado, aumentar la vinculación con el entorno, modificar el concepto de horario escolar cerrado y poner todos los recursos  personales y materiales del centro, al servicio del alumnado y de los aprendizajes significativos que nos planteaba cada Reto.

Este cambio de mentalidad se iniciaba con  la programación o diseño del RETO. Era necesario salir de las programaciones enlatadas y explorar las dificultades de una verdadera programación de “equipo  docente”, que se hacía, en los inicios, de forma compartida y colaborativa entre cuatro o cinco docentes (la plantilla más fija curso tras curso),que analizábamos y reflexionábamos sobre  los currículos de E. Infantil y Primaria, las infancias, el concepto de ciudadanía y la participación; mediante el diálogo y la toma de decisiones consensuada como estrategia de actuación, para plantear al resto de docentes  el RETO de ese mes.

Posteriormente  nuestra mirada tomó más perspectiva y coherencia y eran los propios alumnos, junto con alumnos de otras escuelas, los  que planteaban a partir de las reflexiones y análisis del barrio (derechos vs necesidades), el RETO a realizar.

En la siguiente fase, el equipo planificador del Reto, implicando a todo el  profesorado organizaba y  temporalizaba en el calendario y horario escolar,   6 ó 7 sesiones de trabajo para afrontar EL RETO con el equipo asignado. En estas sesiones todas; tutores y especialistas  trabajábamos no sólo habilidades cognitivas, sino fundamentalmente competencias transversales, como el pensamiento crítico, la gestión de la diversidad, la creatividad, el entusiasmo, la constancia y la aceptación del cambio.

Finalmente, en la fase de resolución del problema o reto planteado, lo que llamábamos “manos a la obra”, a menudo volvíamos a tropezar con nuestra  torpeza docente monopolizando y dirigiendo la gestión de los equipos, ofreciendo ayudas gratuitas, anulando la autonomía del alumnado o abortando iniciativas que nosotros no habíamos contemplado. Nos damos cuenta de que cambiar la mirada hacia las infancias y nuestro rol del adulto es lo más importante que debemos considerar, reflexionar y evaluar con autocrítica para reconocer a un alumno competente.

Podemos decir, que apostar por esta metodología de trabajo, fue para todos nosotros  un gran “reto”.  Los docentes,  aplicábamos en nosotros mismos todo lo que proponíamos para nuestro alumnado y consecuentemente, también nos beneficiamos del proceso y de los resultados.

El trabajo colaborativo de los docentes para seguir investigando e innovando con  didácticas eficaces para   generar en  nuestros equipos/aula  la  curiosidad,  la necesidad de adquirir  nuevos conocimientos, destrezas, actitudes y  valores, de una manera progresiva, responsable y sobre todo gratificante para todos los miembros de la comunidad educativa, respondiendo al Reto, fue el gran logro de esta experiencia.

Los Retos y sus equipos tan heterogéneos, nos ayudaron a   trabajar  la diversidad desde la inclusión, ya que los alumnos poseen y desarrollan  diferentes capacidades en sus inteligencias múltiples y por ello, aprenden, memorizan, realizan y comprenden de modos diferentes, pero siempre como resultado de la interacción y la cooperación. La heterogeneidad, sobre todo de las edades (de 3 a 12 años), obligó a los docentes a planificar y diseñar las estructuras de aprendizaje de manera verdaderamente inclusiva, ya que teníamos que contemplar en cada sesión propuesta que se adecuaran a niveles de desempeño  muy diversos, que enriquecían mediante la ayuda entre iguales las experiencias de enseñanza-aprendizaje de todos.

Que todos los miembros del equipo no sólo participasen, sino que fuesen necesarios para hacer el trabajo fue otra enseñanza-aprendizaje que nos ofreció el Reto Montoyero, al tener que distribuir entre los miembros del equipo roles diferentes y responsabilidades complementarias para la gestión de las tareas previas al producto final.

Plantear, afrontar y resolver los  Retos en equipo, puso las bases de una interdependencia positiva en los grupos, que mejoró la convivencia en el centro, al promover metas comunes y posibilitar compromisos y celebraciones grupales.

Compartir las dificultades y trazar colaborativamente alternativas para solucionar los problemas comunes desde ópticas diversas, multiplicó las oportunidades de resolver las situaciones y tomar diversas perspectivas, generando la satisfacción de todos.

Pero sobre todo, podemos decir que el Reto Montoyero, nos ayudó a hacer  de la escuela un lugar de vida, de reflexiones compartidas, de múltiples lenguajes, un lugar de participación, con una educación más global, experimental y vivencial,  articulando un proceso de participación con el barrio donde el dentro y fuera  es la misma cosa, buscando la continuidad pedagógica entre ambos espacios.