Quiero que me escuchen, pero que me escuchen con los ojos

Carmen Loureiro López

Licenciada en Psicología, Profesora de la Escuela Pública durante 38 años y vinculada a FpN desde el año 1993

 “Quiero que me escuchen, pero que me escuchen con los ojos”

(Frase escuchada a una niña de infantil, en el momento de creación de “normas para el diálogo”, durante una sesión de filosofía con niños y niñas)

Porque las criaturas  siempre necesitan su cuota de atención para sentir que existen, que los demás son conscientes de su presencia y les devuelven una mirada de reconocimiento y acogida: Un respeto profundo por su modo particular de ser y estar en el mundo, en su mundo.

Cuánto daríamos por volver a ver ese mundo con ojos anonadados por la multiplicidad y la novedad. Cuánto por recobrar el sabor intenso del asombro cotidiano…

“De niño, yo sabía
suspender el tiempo,
superar abismos
y nombrar las estrellas.
Crecí,
perdí puentes,
olvidé sortilegios” (1).

Supongo que habrá quien piense que más satisfactorio sería salir de ese “caos bullente” (2) para alcanzar la seguridad de la rutina previsible…No dejo de pensar que esa conquista esforzada y heroica de la realidad circundante (que les impele a la repetición) implica también la pérdida de un mundo paralelo y maravilloso a dónde siempre querríamos volver.

Porque la infancia no es un estadio inferior de nuestro desarrollo, como muchas personas suelen pensar; sino un momento distinto, intenso y brillante, dónde suceden los eventos más significativos para abrir las ventanas de los sentidos y disfrutar de las texturas, colores, sabores, olores, sonidos…con que ir dando forma a una realidad que se resiste al entendimiento.

Criaturas persistentes, incansables, obstinadas en la tarea de comprender el mundo y a esos seres grandotes que son fuente de sorpresa, alegría, tristeza, miedo, enfado…

Observan y manipulan objetos para sopesar su dureza,  fragilidad, flexibilidad,  resistencia, textura, temperatura, forma, maleabilidad… la respuesta, en definitiva, a la intensidad de sus acciones y presiones…

Observan  rostros e intuyen intenciones, estados de ánimo…calibrando qué acciones  provocarán la reacción deseada y esperada (Hay quien insiste en negar esa empatía primordial en lugar de utilizarla como palanca para el cultivo y la profundización de una empatía más consciente y deliberada)

Criaturas atentas a las secuencias y regularidades (qué se sigue de qué) se atreven a predecir el comportamiento de los seres vivos, inertes e, incluso, imaginarios (esos que les permiten  ensayar esas mismas regularidades en contextos diversos)

De ahí su gusto por el juego simbólico como forma de apropiación de la multiplicidad de seres y experiencias. ¡Cuánta magia escondida en un baúl de disfraces o en esos rincones donde jugar a ser profesoras, madres, padres, bomberos o astronautas! ¡Cuánta magia y cuánta ciencia! Cuántos recursos para experimentar relaciones causa-efecto, relaciones medios- fin, relaciones parte-todo…

Cuántas demandas internas y externas llevando su atención de un lado a otro en un vaivén que nunca cesa de ofrecer estímulos imprevistos. Qué difícil focalizar en una sola cosa cuando hay tanto que percibir.

Y, sin embargo, qué atención tan plena al rostro de las personas amadas, que intento de sincronizar las interacciones mediante el ritmo y la alternancia de mirada y sonido, que deleite con los primeros gorgoritos e imitaciones premiados con sonrisas y abrazos… (3) y que sensación de seguridad y atrevimiento cuando esa mirada amorosa, acompañada de una sonrisa tranquilizadora, les invita a explorar el medio sin temor.

Cierto, su atención es distinta, parecida  a la luz de un “farol” que ilumina tenuemente todo lo visible (alerta, saltarina,  volandera, “distraída”).

La atención “foco”, centrada en un solo estímulo o tarea, reposada, concentrada… aparecerá más tarde…  como nos muestra Alison Gopnik en su magnífico libro “El filósofo entre pañales”, que no me cansaré de recomendar a todas aquellas personas interesadas en conocer el mundo particular de la infancia sin dejarse constreñir o acotar por “Estadios” diversos, tan útiles como peligrosos cuando se confunde su cualidad descriptiva con imposición prescriptiva.

Si tenemos muy claro lo que podemos esperar en cada momento evolutivo, eso nos da seguridad y tranquilidad a los adultos asustados por la enormidad de la tarea de comprender a esas criaturas misteriosas que tanto nos inquietan; pero también reduce cada criatura, única e insustituible, a un esquema interpretativo que, como el lecho de Procusto, busca la uniformidad y poda la singularidad.

Trabajar con docentes que apuestan por el cuidado y el diálogo… y que saben de la infinita capacidad de las criaturas para sorprendernos, me da una perspectiva más rica que los libros teóricos con que me he formado en la Escuela de Magisterio o en la Facultad de Psicología.

De estos docentes aprendo cada día a conocer mejor la imperiosa necesidad de movimiento de los niños y niñas; los ritmos y tiempos más adecuados para sus actividades; lo que les sorprende, emociona y motiva…

¿Qué esperar entonces de los adultos que acompañamos ese proceso único de crecimiento y maduración?

En primer lugar, y de forma irrenunciable, que cubramos sus necesidades básicas (todas las que tienen que ver con el bienestar corporal y la salud; con la seguridad que proporcionan las personas de apego; con el afecto y la pertenencia a grupos sociales acogedores; con el reconocimiento y estima incondicional; con el juego y la curiosidad…)

Y todo esto, sin adelantarnos (si intentamos cubrir la necesidad antes de que aparezca, probablemente estemos matando el deseo como fuente de motivación)

… Y sin pasarnos (Si en nuestro deseo de proporcionar la mayor seguridad, por ejemplo, les sobreprotegemos,  estaremos propiciando la ausencia de autonomía y, en consecuencia, la inseguridad ante los retos, el miedo a la novedad y la baja valoración de sí mismos)

Nunca deberíamos olvidar que con las necesidades podemos tener problemas por defecto, pero también por exceso.

Y cuando estemos seguros de que sus necesidades están cubiertas y sus múltiples “hambres” satisfechas…estaremos en disposición de dedicarnos a potenciar su motivación, a facilitar su búsqueda de sentido y a explorar los límites de sus capacidades físicas, cognitivas, emocionales y sociales.

De las Neurociencias tomemos algunas recomendaciones que encajan como un guante en nuestras prácticas habituales como facilitadores del diálogo de FpN (Filosofía para Niños):

  • Empecemos con algo provocador: Una frase, un poema, un cuento, un diálogo, una imagen, un juego… un “conflicto cognitivo”, en definitiva, motor de arranque del extrañamiento necesario para atrapar la atención e invitar a la reflexión
  • Conectemos con la vida de las criaturas: procuremos siempre que los contenidos tengan relación con sus experiencias previas, con asuntos que les incumben y les afectan… de modo que el interés surja de forma natural.
  • Favorezcamos las condiciones para que quieran y puedan hablar: en este sentido resulta indispensable crear un contexto seguro por medio de dinámicas de grupo que faciliten la integración y la cohesión de todas y cada una de las personas que forman las comunidades.

La práctica de la escucha activa, el establecimiento cooperativo de las normas del diálogo, el ejercicio cotidiano de la asertividad por medio de un estilo comunicativo respetuoso, y  actividades cooperativas diversas …contribuirán notablemente a crear el clima indispensable para que el diálogo sea posible.

  • En el terreno emocional debemos evitar la ansiedad, el miedo, la exclusión, el rechazo, la minusvaloración… y fomentar la atención, la curiosidad, la alegría, el respeto…  y la acogida del otro, dándole tiempo y serenidad para encontrar los mejores argumentos y expresarlos de forma no invasiva ni amenazadora para su autoestima.

En consonancia con lo expresado anteriormente, seguimos confiando en FpN:

Porque modula la emoción desde la razón y la razón desde la emoción.

Porque es fuente de autonomía y de una más ajustada valoración de sí mismos y de los demás.

Porque procura convertir la escucha atenta y empática en un hábito.

Porque apuesta por la cohesión de grupo, sin caer en los riesgos del pensamiento único a través de la creación de comunidades de investigación o indagación.

Porque su meta última no es convertirnos  en filósofos y filósofas, sino ayudarnos a crecer como personas cada vez más razonables, creativas y cuidadosas (de nosotras mismas y de nuestros entornos sociales, naturales y culturales)

En síntesis, seguimos apostando por una propuesta metodológica que tenga como macro objetivo el cultivo de la racionalidad, la creatividad y la sensibilidad.

En consonancia con este objetivo, pondremos el mismo énfasis en las habilidades sensoriales, afectivas, cognitivas y sociales.

Las criaturas, únicas e insustituibles, nos necesitan. Este cuento de E. Galeano sabe decirlo mucho mejor que yo:

“Diego no conocía la mar. El padre, Santiago Kovadloff, lo llevó a descubrirla.
Viajaron al sur.
Ella, la mar, estaba más allá de los altos médanos, esperando.
Cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas cumbres de arena, después de mucho caminar, la mar estalló ante sus ojos. Y fue tanta la inmensidad de la mar, y tanto su fulgor, que el niño quedó mudo de hermosura.
Y cuando por fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió a su padre:
— ¡Ayúdame a mirar!”

Nosotros también necesitamos que nos ayuden a recuperar la mirada asombrada; a no olvidar la raíz de verdad, bondad y belleza que un día nos alimentó; y  a ser conscientes el poso de humanidad y milagro que todavía nos habita.

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(1) Del poema “lecciones” del autor Mia Couto

(2)Expresión de R.M. Rilke, muy utilizada por JA Marina

(3)Los investigadores del Laboratorio Baby-LINC de la Universidad de Cambridge llevaron a cabo un estudio para explorar si los bebés también pueden sincronizar sus ondas cerebrales con los adultos y si el contacto visual podría influir en esto. Sus resultados se han publicado en las Actas de la Academia Nacional de Ciencias (PNAS).