El perfume de la Infancia
Ezequiel Biosca Tortosa
ebitoplk@gmail.com
INFANCIA, del latín «infantia», quien no sabe hablar. En la antigua Roma
se trataba de aquellos que no podían expresarse jurídicamente.
«La lengua es el canal que nos conduce a nuestros orígenes y nuestras raíces, a la historia
pasada de nuestra familia y de nuestra nación. Privar a los individuos de su conocimiento
es como negarles el acceso a aspectos importantes de su existencia».
Vigdís Finnbogadóttir (Expresidenta de Islandia)
Resulta difícil enfrentarse al abismo que supone ponerse delante de una hoja de papel en blanco para escribir desde la mirada de un simple maestro de Infantil sobre lo que muchos expertos, expertas, profesionales con más conocimientos, talento y formación que yo, han escrito ya antes y lo harán después sobre la Cultura de la Infancia.
¿Qué puedo aportar yo? Nada nuevo bajo el sol me repitió mi abuelo sus últimos años de vida y hasta los casi 104, cuando su infancia se le escapaba mecido y acurrucado entre los recuerdos de su madre y una paz silente.
“Todo cambia y todo queda,/ pero lo nuestro es pasar,/ pasar haciendo caminos,/ caminos sobre la mar/” (Antonio Machado Proverbios y cantares). Estos versos de Machado (pero musicados por Serrat y que formaban parte de la discografía de mi padre) también lo hicieron de mi Infancia, adhiriéndose como pequeños átomos musicales al pentagrama de mi vida y hasta hoy. Era un mantra que se reproducía y rebelaba contra la expresión que mi abuelo, republicano y ateo, hubiera dejado de usar (o no) de saber su origen (Eclesiastés 1:10). Bien, Machado, utilizó el mar con otro propósito, pero el niño que llevo dentro me hablaba y lo sigue haciendo de ver más allá de lo meramente tangible (“On ne voit bien qu’avec le coeur. L’essentiel est invisible pour les yeux” -Antoine de Saint-Exupéry. Le Petit Prince-), de alcanzar lo que se esconde tras la línea del horizonte, de utopías. ¿Y para qué sirven las utopías? –le preguntó un estudiante a Fernando Birri mientras Galeano respiraba aliviado por ser esta una pregunta que no iba dirigida a él- pues las utopías sirven para caminar, contestó. ¿Quién puede caminar sin hundirse en el mar? Solamente, y desde el más profundo respeto por la cultura de la Infancia, se pueden hacer caminos sobre el mar. Añado algo más. Joan Fuster, escritor y ensayista valenciano, decía que “ser de pueblo” implicaba “ser el pueblo”. Escribir, entender, respetar y hablar sobre la cultura de la Infancia, solamente es posible si eres infante 1(dle.rae.es 1. Niño de corta edad), si a lo largo de tu vida eres capaz de escuchar a tu niño, a tu niña interior y desempolvar sus cualidades: ilusionada, genuina, atrevida, inagotable, inalcanzable, irreverente, irreducible, infinita, imberbe, políglota, poeta, propia, completa, necesaria, ineludible, inexcusable, inapelable, curiosa, perfumada…
¡Demasiados años trabajando con niñas y niños de tres, cuatro y cinco años! Digo demasiados porque mientras escribía o no este artículo, pasaba el tiempo soñando. Sí, unas veces lo hacía dormido y, otras, me encantaba hacerlo despierto.
Siempre hay un momento donde me retiro en una esquina de la clase para hacerme invisible. Mis ojos se llenan de un gozo húmedo observando como el imaginario de las niñas y niños se levanta con la fuerza y la frescura de una ola, haciendo tambalear, día sí y otro también, mis cimientos de adulto. En retirarse, la bajamar me regala tesoros que con delicadeza recojo para llevármelos a casa. Bajo los pliegues de la piel guardo la emoción vivida y el olor a sal. La infancia es la sal marina de la vida y digo marina porque no está “refinada”, “procesada”. Conserva el yodo y todos los oligoelementos necesarios para darle sabor a la vida, para reforzar el sistema inmunitario, prevenir la osteoporosis, cicatrizar heridas… Construid vuestras propias alegorías con cada una de estas propiedades.
Podemos prescindir de muchas de las cosas que nos rodean, pero no de la infancia ni de la propia. Sus juegos, sus afectos, sus miedos que nos protegen… la infancia está hecha de piel, de una piel muy fina, de una piel que hay que respetar y cuidar. El cuerpo médico las etiquetaría de a-tópicas (y así son, libres de tópicos, de convencionalismos…) y requieren cuidados especiales. Dicho sea de paso, nos ofrecemos generosos para el placer que supone darles un masaje con una pomada, pero no pensamos en ningún momento en cambiarles la piel por eso, sino que les acompañamos desde el respeto, ofreciéndoles seguridad para un desarrollo emocional sano y unos talentos en potencia que reverdecerán con solo retirarnos y dejar que les dé un poco el sol.
La piel de la infancia es especiada y tiene un olor dulce que nos atrae, nos conmueve, nos enternece. La Infancia huele como sabe la luna en el cuento ¿A qué sabe la luna? de Michael Grejniec. “Y la luna les supo exactamente a aquello que más le gustaba a cada uno”. La curiosidad de los animales del cuento les lleva a colaborar para subirse unos encima de los otros para que finalmente el ratón alcanzase la luna y, repartiendo un trozo a cada uno de sus compañeros, dieran respuesta a su curiosidad. La Infancia, pues, nos huele exactamente a aquello que más nos gusta a cada uno, a cada una. ¡La infancia huele a vida! Como dirían en Costa Rica, huele a “Pura vida”. Los Ticos (los y las costarricenses) utilizan esta expresión para referirse a lo saludable, al Carpe Diem, a la filosofía de vivir amando la vida al máximo, al optimismo, la alegría, etc. ¿Os suena?
Bien, como iba diciendo, unas veces soñaba dormido y otras despierto. Por el día soñaba con ser niño y por las noches jugaba. Otras veces a la inversa, por la noche soñaba con ser niño y por el día jugaba. En uno de esos juegos llegué a un pequeño barranco que debía cruzar. Miré a mi derecha, luego a la izquierda y no vi ninguna pasarela, cuerda o puente que me permitiera hacerlo sin riesgo de caída. No pasé miedo, me senté en el suelo y conté historias, muchas historias. Conté las que había escuchado de mis abuelas y abuelos, conté las historias que escuché a mis padres y que ellos habían escuchado a la vez de los suyos y de sus ancestros, conté las que escuché de los docentes que pasaron por mi vida y, cuando todo terminó, … conté todo lo que había imaginado, fantaseado, anhelado, deseado, ilusionado y creado en mi infancia (que todavía me dura); y al final conté la utopía.
Era tanto aquello, que las palabras se fueron acumulando, juntando, entrelazando sobre el lecho del barranco hasta que el nivel me permitió cruzar agradecido y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar.
Sí, ese ha sido mi sueño recurrente que me ha acompañado a lo largo de unas cuantas semanas y en las que he podido mirar como niño algunas de las historias que tenía olvidadas detrás del corsé de la cultura del adulto.
Con los años vamos abriendo los ojos a lo que realmente importa y es así como descubrimos en la vida el mejor de los regalos. En ella ocurren todas las cosas. Aprehendemos y reconocemos que tanto las de un color como las de otro, nos son necesarias y así crecemos en reconocimiento, agradecimiento y sensibilidad. Entre ellas hay un hecho que nos conmueve profundamente con la fuerza de un derrumbe, de un seísmo y al mismo tiempo nos acaricia como las manos de un alfarero sobre el barro: delicadeza, suavidad, ilusión, calidez, ternura… El nacimiento de nuestros hijos, de nuestras hijas es uno de los mejores regalos que nos ofrece la vida.
Ocurren cosas extraordinarias, y a veces pienso si en ellos o en ellas no estará la tan preciada inmortalidad, el elixir de la eterna Infancia. Invertimos, proyectamos, educamos, caminamos, acompañamos; como diríamos en catalán: envellim pero també embellim, envejecemos pero también embellecemos. Y la vida continúa y de alguna forma, nosotros con ellos mediante las futuras generaciones. Son nuestro valioso tesoro que en una etapa de la vida dejamos y delegamos en parte a la escuela como institución y en particular a las maestras y maestros.
Leía hace unos años la Carta abierta a los maestros de Gloria Fuertes. Una 1infante que murió con 81 años, conservando todos los dientes de leche. Ni la guerra, ni los años con sus avatares se los arrebataron. «Todos los niños son poetas mientras conservan sus dientes de leche…”, decía Gloria en su carta. Nunca dejó de serlo, erudita como la que más, para hablarnos sobre el tema que nos concierne. Recomiendo la lectura de sus versos y su carta, porque la vida nos permite ser docentes y discentes todo el tiempo.
Decidles que en otros juegos se puede ganar o perder, pero que jugando a leer no se pierde nunca.»
Os dejo prestado uno de sus poemas, DE PRESTADO. Vivo como de prestado/ las manos son de mi padre/y la nariz de mi hermano/el abrigo de un difunto/y el cinturón de un soldado./ Mi vida es de otra persona,/mi verso, de Otro dictado;/todo lo que tengo y llevo/me lo han regalado…/(la tristeza inclusive). Sin dejar de reconocer que esto es así, que hay una parte genética y cultural que nos acompaña y es prestada, no menos cierto es tomar conciencia, como apunta Hoyuelos, que nuestros niños y nuestras niñas tienen su propia mirada, su propia ética, su propia poética con la que construyen y dan sentido a su existencia. Gianni Rodari, otro compañero de juego y de rabiosa actualidad incluso después de que hayan pasado ya 38 años desde su muerte, escribía en los años setenta: “Un bambino, ogni bambino, dovremmo accettarlo come un fatto nuovo, con il quale il mondo ricomincia ancora una volta…”, algo así como que “Un niño, cada niño, es un hecho nuevo con el cual el mundo empieza de cero». Ha pasado casi medio siglo, pero la lucidez y la sabiduría de Rodari ha sabido quitarse la caspa de las modas para llegar intacta y sagaz hasta nuestros días.
Sólo una cosa más y termino. Acabo de dejar a mis niños y a mis niñas de ojos Plateros con sus familias, y aunque el silencio ha inundado esta sala que comparto con ellos, todavía me llegan sus voces, sus abrazos, sus sueños, sus cuerpos de algodón, sus risas, su magia… El aroma de la Infancia permanece como retratado en la sala y con él me perfumo. Abro ahora las ventanas para que, junto a la luz del sol, entre un poco de aire fresco de este pequeño pueblo de Gaianes. Al hacerlo también se cuelan los efectos de los afectivos afectos de sus familias, como no, los trinos de los pájaros del campo, de los gorriones en sus casas de tejas centenarias de barro y es entonces cuando me siento para que estos aniden en mi cabeza. Sofía, la protagonista de un delicioso cuento de Rocío Araya Pájaros en la cabeza de la editorial Litera libros, le regala uno a su maestra y se lo posa en la cabeza. –Maestra, te regalo un pajarito. Yo tengo muchos. Así es como Sofía, con sus pájaros en la cabeza pregunta a su maestra si puede salirse de la raya cuando lo que siente es muy grande, si puede ser buena y feliz al mismo tiempo, si tiene que seguir escribiendo una y otra vez Mi mamá me mima, si su mamá no lo hace… Necesarios son los RESCOLDOS, las brasas, las orejas verdes, la poliglotía de los cien lenguajes de L. Malaguzzi para que dentro de cada adulto siempre haya un niño, una niña capaz de encender la llama de nuevo.
Devolvámosles el habla, que se puedan expresar jurídicamente, apre(he)ndamos de ellos, que puedan ser libres y expresarse en su lengua (a veces de trapo) para, como decía Vigdís F. la expresidenta de Islandia, no privarles de aspectos esenciales de su existencia.
«Hay niños de todos los tipos, de todos los colores, de todas las formas. Los niños que deciden no crecer, no crecerán jamás. Guardarán un secreto dentro de sí mismos. En ese caso, también de mayores, se conmoverán por las cosas pequeñas: un rayo de sol o un copo de nieve» (¿Qué es un niño? Beatrice Alemagna. Ed. SM).