Cultura, Creatividad e Infancia
Mar Benegas
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No es cierto que la cultura pueda, por sí sola, transformar la sociedad. Del mismo modo que saber música, ser lectoras o que nos guste la ópera no nos hará mejores personas. No. Pero sí puede operar como una parte del engranaje que impulse ese cambio tan necesario. No transforma la sociedad por sí sola pero sí puede democratizar las oportunidades para operar el cambio individual en el momento en el que entramos en contacto con ella.
Por eso tenemos la responsabilidad, las personas adultas y mediadoras, de preservar, mantener y alentar el acto cultural. El acto cultural, creativo y social. Educar en la belleza. Ofrecer las herramientas necesarias para que las la infancia pueda crecer, cada niño, cada niña, individualmente, para que su aporte en lo social sea transformador. Porque una sociedad educada, cultural y creativamente, tenderá al cambio real, al pensamiento crítico, al cuestionamiento.
La cultura nos impregna, empuja y acompaña. La socialización de los ritos, la poesía, el juego simbólico, la capacidad del asombro, la empatía son, sin duda, espacios de la infancia. Es allí, en las primeras etapas, donde nacen los primeros hechos artísticos y creadores. El pensamiento sincrético (mágico y metafórico) de los primeros años, esos escasos recursos de pensamiento con los que los niños y niñas se explican el mundo, esa luna que se enciende con un interruptor, esa noche que se traga la realidad, ese cielo ¿quién lo pinta al atardecer? Y así nacieron también, no olvidemos, las primeras manifestaciones culturales y artísticas: las diosas de la fertilidad, las fiestas primaverales donde las jóvenes subían a las colinas a que el viento (que traía las semillas y los frutos) las fecundase. El dios Sol y la diosa Luna. La representación de los ritos y ceremonias. Todo eso está presente, de manera natural, en la infancia.
Y así aparece el primer pensamiento metafórico que convierte el barro, unas hojas y unos cuantos palitos en la cocina de un chef. El pensamiento simbólico, que nace en ese primer juego, es el padre de toda creación artística. Luego llegará la disciplina, el aprendizaje, pero primero fue la creación pura.
Y ser capaces de crear de la nada, de transformar la realidad a través de nuestros deseos y solamente con nuestras manos, capaces de explicarnos el mundo y de crear, simbólicamente, elementos que nos hagan pertenecer a lo colectivo. Responsabilidad, por tanto, de los adultos, de crear el ambiente para que esta experiencia enriquecedora de tener contacto con lo cultural suceda.
Sin embargo, una de las primeras cosas que aplasta la apisonadora del sistema es la capacidad creadora. Así, el lugar privilegiado, como herramienta comunicadora, de crecimiento, libertad y subversión, que es el acto creador o creativo, es machado desde la más tierna infancia. Cuando los niños y niñas llegan al final de su vida académica la capacidad de juego, la libertad y la autoestima están tan mermados que es complicado que alguno se salve. El juicio y, sobre todo, la necesidad de hacer, hacer productivamente, expulsa lo artístico de las aulas. Una sociedad desigual donde lo que democratiza la posibilidad de expresión y crecimiento, como es el arte y la cultura, es expulsada de la infancia cada vez a edades más tempranas.
Pero lo cultural no solamente el acto feliz libre de la creación, ni la capacidad comunicativa de lo simbólico, es también un espacio de subversión transformadora, de expresión, donde lo de abajo puede estar arriba y lo de arriba abajo. Ver cultura, crear, ocupar los espacios es un derecho de la infancia. Que esta hambre de saber, de generar de la nada, de denunciar, decir, transformar el mundo, no sea negada. Educar en la belleza y permitir a los niños y niñas participar de ella. Saberse parte de la realidad cultural y social a la que pertenecen pero saberse también, arte y parte del arte creador propio, de capacidad de generar belleza y de transformar la realidad. Alimentar el alma y el espíritu, cuestionarse a través de los ojos de los artistas el mundo que los rodea. Conocer que la cultura y el arte son también una forma de hablarle al mundo, de expresión, de denuncia, de libertad.
Educar en la belleza, permitir la creatividad sin juicio, ofrecer arte y cultura de calidad para que sí, para que la infancia siga desarrollando su capacidad creadora innata, la maravillosa capacidad de las personas para transformar la sociedad en un lugar más justo, y solidario, y hermoso.