Una mano tendida
(En el 50º aniversario de Carta a una maestra *)
Alfonso Díez Prieto
Haber sido traducida a más de 60 lenguas o idiomas (62, en 1997, según la UNESCO) indica el enorme interés que ha suscitado –y suscita- Carta a una maestra en prácticamente todo el mundo, desde su publicación en mayo de 1967. Más incluso que si sus tiradas hubiesen sido multimillonarias en ejemplares, pero reducidas a una o pocas lenguas, porque, tal diversidad lingüística evidencia la importancia pedagógica de una obra colectiva (la escribieron 8 muchachos de la Escuela de Barbiana) que ha transcendido numerosos países y culturas, sin dejar indiferente a nadie que la haya leído.
Este año estamos celebrando su 50º aniversario, junto al recuerdo de la vida y obra del sacerdote y maestro que la inspiró, Lorenzo Milani (1923-1967), fallecido prematuramente un mes más tarde, a los 44 años de edad. Lo cual ha sido motivo extraordinario para que el propio Papa Francisco haya aprovechado la ocasión para expresar un reconocimiento pendiente, más que merecido, visitando Barbiana el 20 de junio pasado y rezar ante su tumba. Emocionante, sin duda. Nunca es tarde.
Pues bien, hace 40 años que cayó en mis manos este libro excepcional, cuya fuerte influencia me ha acompañado desde entonces, no sólo en mi actividad docente sino en mi vida, dándole un sentido de responsabilidad y compromiso. Reconozco que la primera lectura de Carta a una maestra me sacudió (como a tantos otros maestros, educadores y lectores en general) y me produjo cierto e inicial rechazo. Me sentí aludido por la “insolencia” de unos muchachos rurales, que dirigidos por un cura se atrevían a cuestionar el sistema educativo atacando, cual cabeza de turco, a su representante más próximo, la maestra, del que, en el fondo, era víctima inconsciente, cómplice y verdugo.
Porque, aunque el libro está dirigido a los padres “para que se organicen”, en realidad apunta al profesorado, que teniendo el poder suficiente y las herramientas necesarias para mejorar las cosas, para que el sistema deje de ser injusto y clasista, se inhibe y se convierte en su más fiel colaborador. En este sentido va contra él, sí, pero lo hace sin rencor, tendiéndole una mano para que abra los ojos y cambie: “Poco a poco sale a flote lo que hay de verdadero bajo el odio. Nace la obra de arte: una mano tendida al enemigo para que cambie” (p. 132).
Algunas de sus frases o reflexiones han quedado en la memoria colectiva de generaciones de lectores y se han convertido en auténticos axiomas pedagógicos, por la verdad que transmiten acerca del clasismo del sistema escolar y su selectividad, que se ceba con los más pobres, los más desfavorecidos, los últimos, expresada con gran rigor, lucidez, acierto y sinceridad. Tanto que su vigencia nos hace pensar que fueron escritas ayer, para hoy, porque el fracaso escolar y el abandono prematuro de los estudios apenas han disminuido, después de ¡50 años!:
“La escuela es un hospital que cura a los sanos y rechaza a los enfermos” (p.27).
“La escuela no tiene más que un problema. Los chicos que pierde” (p.42).
“Pero, ¿por quién lo hacéis? ¿Qué sacáis con hacer odiosa la escuela y echar a Gianni a la calle? (p. 81).
“¿Y quién es la escuela? La escuela somos nosotros. ¿Cómo puede servirla si no nos sirve a nosotros?” (p. 82).
Y unas páginas antes, encontramos un párrafo precioso (entre tantos otros), acerca del muchacho suspendido, por la oportunidad que se da a la profesora:
“Pero cuando la profesora se vea servida por el chaval recadero de la frutería, que ella suspendió, a mí no me gustaría estar en su lugar. Bien distinto sería poderle decir: “¿Por qué no vuelves a la escuela? Te he aprobado aposta para que volvieras. Sin ti la escuela no interesa”. (p.59)
“Sin ti la escuela no interesa”, una frase digna de figurar en lugar preferente de todas las escuelas y colegios del mundo.
El libro está redactado en primera persona, pero con el método didáctico de la escritura colectiva. Detrás de cada palabra, de cada frase y de cada párrafo hay mucha reflexión, estudio y discusión. Todo un trabajo paciente, preciso y artesanal, para encontrar la verdad y expresarla, de manera que se entienda sin rodeos ni florituras, no exenta de cierto lirismo en algunos momentos. Aquí las palabras no pretenden impresionar a intelectuales, ni parecer mejor o más listo de lo que se es, sino que la forma es el fondo, sencilla, rigurosa, sincera y directa; no el envoltorio que, con frecuencia, cubre, como el papel de regalo, las palabras huecas, asépticas, de gruesos manuales o estudios que podrían reducirse a la décima parte.
Son, por el contrario, palabras certeras, medidas, cargadas de razón y dignidad contra el clasismo escolar y sus graves consecuencias, por eso impresionan, duelen y emocionan sin caer en el sentimentalismo, la crítica despiadada, la afectación o la autocomplacencia. Nada parecido a lo que suele publicarse entre los que se copian unos a otros, se repiten y leen las mismas cosas. De ahí que quienes lo leyeron con prejuicios y sin profundizar en sus profundas afirmaciones y denuncias, lo hayan tachado de simplista, cuando no de injusto, o, como se diría hoy, de populista. A ellos también se refiere: “Ante todo, he descubierto el insulto preciso para definiros: sois simplemente, unos superficiales. Sois una sociedad de autobombo que se sostiene porque sois pocos” (p. 138).
Finalmente, recordemos las reformas que proponen y que constituyen las claves de la Escuela de Barbiana:
“Para que el sueño de la igualdad no siga siendo un sueno, os proponemos tres reformas:
No hacer repetidores.
A los que parecen tondos darles clase a pleno tiempo.
A los vagos basta con darles una finalidad”. (P.83)
Porque “Sólo la lengua nos hace iguales. Igual es quien sabe expresarse y entiende la expresión ajena. Que sea rico o pobre importa menos. Basta con que hable. (…) Sin embargo, pretendemos educar a los chicos con mayor ambición. ¡Llegar a ser soberanos! Y no médico o ingeniero”. (pp.98-99).
Salamanca, septiembre de 2017
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(*) Alumnos de la Escuela de Barbiana, Carta a una maestra, Hogar del Libro, 6ª edición, Barcelona, 1982.